domingo, 29 de marzo de 2015

Reflexión: La Isla de los Sentimientos

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 Reflexión: La Isla de los Sentimientos
Erase una vez una isla donde habitaban todos los sentimientos: 
la Alegría, la Tristeza y muchos más, incluyendo el Amor.
Un día, se les fue avisando a los moradores, que la isla se iba a hundir.
Todos los sentimientos se apresuraron a salir de la isla, se metieron en sus barcos y se preparaban a partir, pero el Amor se quedó, porque se quería quedar un rato más con la isla que tanto amaba, antes de que se hundiese.
Cuando por fin, estaba ya casi ahogado, el Amor comenzó a pedir ayuda.
En eso venía la Riqueza y el amor dijo: ¡Riqueza, llévame contigo!
No puedo, hay mucho oro y plata en mi barco, no tengo espacio para ti, dijo la riqueza.
El Amor le pidió ayuda a la Vanidad, que también venía pasando: ¡Vanidad, por favor ayúdame!
No te puedo ayudar, Amor, tú estás todo mojado y vas a arruinar mi barco nuevo.
Entonces, el Amor le pidió ayuda a la Tristeza: Tristeza, me dejas ir contigo?
Ay Amor, estoy tan triste que prefiero ir sola.
También pasó la Alegría, pero ella estaba tan alegre que ni oyó al Amor llamar.
Desesperado, el Amor comenzó a llorar, ahí fue cuando una voz le llamó: Ven, Amor, yo te llevo. Era un viejito, y el Amor estaba tan feliz que se le olvidó preguntarle su nombre.
Al llegar a tierra firme, le preguntó a la Sabiduría: Sabiduría, ¿quién es el viejito que me trajo aquí?
La Sabiduría respondió: Es el Tiempo.
¿El Tiempo? Pero, ¿por qué sólo el Tiempo me quiso traer?
La Sabiduría respondió: Porque sólo el Tiempo es capaz de ayudar y entender al Amor.




miércoles, 25 de marzo de 2015

Reflexión: Papá ... yo quiero ser como tú

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Reflexión: Papá ... yo quiero ser como tú
Mi hijo nació hace pocos días, llegó a este mundo de una manera normal... Pero yo estaba de viaje ... ¡tenía tantos compromisos!
Mi hijo aprendió a comer cuando menos lo esperaba, y comenzó a hablar cuando yo no estaba... ¡Cómo crece mi hijo! ¡Cómo pasa el tiempo!
A medida que crecía, mi hijo me decía:
— ¿Papá, algún día seré como tú? ¿Cuándo regresas a casa, papá?
— No lo sé, hijo, pero cuando regrese, jugaremos juntos; ya lo verás.
Mi hijo cumplió diez años hace pocos días y me dijo:
— ¡Gracias por la pelota, papá!, ¿quieres jugar conmigo?
— Hoy no hijo; tengo mucho que hacer.
— Está bien papá, otro día será.
Se fue sonriendo, siempre en sus labios las palabras: «Yo quiero ser como tú».
Mi hijo regresó de la Universidad el otro día, todo un hombre.
— Hijo, estoy orgulloso de ti, siéntate y hablemos un poco.
— Hoy no papá, tengo compromisos. Por favor, préstame el auto para visitar a algunos amigos.
Ahora ya estoy jubilado, yotro lugar. Hoy lo llamé:
— !Hola hijo, ¿cómo estás? ¡Me gustaría tanto verte! – le dije.
— Me encantaría, padre, pero es que no tengo tiempo. Tú sabes, mi trabajo, los niños... !Pero gracias por llamar, fue increíble oír tu voz!

Al colgar el teléfono me di cuenta que mi hijo había llegado a ser como yo ...



REFLEXION: SI PUDIERAMOS CAMBIAR

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REFLEXION: SI PUDIERAMOS CAMBIAR
Si pudiéramos cambiar:
......................la mentira por la verdad,
.........................el recibir por el dar,
.........................el odio por el perdón,
.............................la duda por la fe,
..................la envidia por la aceptación,
..............la intolerancia por la paciencia,
.................la dureza por la flexibilidad,
........................el miedo por el coraje,
.................el desistir por el perseverar,
..........las palabras de más por la prudencia,
...................la soberbia por la humildad,
........................la burla por la piedad,
...............el conformarse por el progresar,
........................el ocio por el trabajo,
.................los sueños por su realización,
........la ambición desmedida por el honor...

Si pudiéramos cambiar esto sentiríamos más cerca que nunca

La presencia de Dios en nuestra vida.


Reflexión: NO TE PUDE ESPERAR

Una vez un hombre muy afortunado había conseguido la mejor entrevista de su vida: Iba a entrevistar ni más ni menos que a Dios.

Esa tarde el hombre llegó a su casa dos horas antes, se arregló con sus mejores ropas, lavó su automóvil e inmediatamente salió de su hogar. Manejó por la avenida principal rumbo a su cita, pero en el trayecto cayó un chubasco que
produjo un embotellamiento de tránsito y quedó parado. El tiempo transcurría, eran las 7:30 y la cita era a las 8:00 p.m.

Repentinamente le tocaron el cristal de la ventanilla y al voltear vio a un chiquillo de unos nueve años ofreciéndole su cajita llena de chicles (goma de mascar). El hombre sacó algún dinero de su bolsillo y cuando lo iba a entregar
al niño ya no lo encontró. Miró hacia el suelo y ahí estaba, en medio de un ataque de epilepsia.

El hombre abrió la portezuela e introdujo al niño como pudo al automóvil.

Inmediatamente buscó como salir del embotellamiento y lo logró, dirigiéndose al
hospital de la Cruz Roja más cercana. Ahí entregó al niño, y después de pedir que lo atendiesen de la mejor forma posible, se disculpó con el doctor y salió corriendo para tratar de llegar a su cita con Dios.

Sin embargo, el hombre llegó 10 minutos tarde y Dios ya no estaba. El hombre se ofendió y le reclamó al cielo: "Dios mío, pero tú te diste cuenta, no llegué a tiempo por el niño, no me pudiste esperar. ¿Qué significan 10 minutos para un ser eterno como tú?"

Desconsolado se quedó sentado en su automóvil; de pronto lo deslumbró una luz y vio en ella la carita del niño a quien auxilió. Vestía el mismo suetercito deshilachado, pero ahora tenía el rostro iluminado de bondad.

El hombre, entonces, escuchó en su interior una voz:

Hijo mío, no te pude esperar... y salí a tu encuentro


martes, 24 de marzo de 2015

Reflexiones: La Paciencia es Amarga

En los tiempos de las grandes haciendas ganaderas, se ataba a veces un pequeño burro a un caballo salvaje.
Ambos eran entonces soltados juntos hacia el desierto. Corcoveando furiosamente, el caballo salvaje tiroteaba y sacudía al pequeño burro, arrastrándolo como una bolsa de patatas.
Sin embargo, ambos regresaban algunos días después. Primero aparecía el pequeño burro, trotando de regreso hacia la hacienda, con el sumiso corcel a rastras.
En algún lugar del desierto, el caballo quedó exhausto al tratar de liberarse del burro. En ese momento, el burro se convirtió en el amo de los dos. El lento, paciente e insignificante animal se convirtió en el líder del otro más rápido, más veleidoso y más apreciado.
Las personas pacientes, comprometidas, metódicas y trabajadoras pueden encontrarse en la cometida de aquellos que son más revoltosos en su trabajo. Pero al final, ellos tienden a lograr más, ascender más alto, y ganar mayor respeto de sus colegas y de aquellos que trabajan a sus órdenes.
Elija hoy ser paciente y calladamente decidido, y el mañana lo recompensará.
La paciencia es amarga, pero su fruto es dulce.


Hebreos 10:36
Porque tenéis necesidad de paciencia, para que cuando hayáis hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.

Reflexión: La perseverancia

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Reflexión: La perseverancia
Nadie llega a la meta con su primer intento, ni se perfecciona la vida con una simple rectificación, de la misma manera que nadie alcanza la altura deseada con un solo vuelo.
Nadie camina por la vida sin haber pisado en falso muchas veces...nadie recoge una cosecha sin trabajar duramente, sembrar la semilla y abonar la tierra.
Nadie mira la vida sin acobardarse en algunas ocasiones, ni se sube a un barco sin temerle a la tempestad, ni llega a puerto sin remar lo necesario.
Nadie siente el amor sin probar sus lágrimas, ni recoge rosas sin sentir sus espinas.
Nadie puede edificar evitando el martillo, ni se cultiva una amistad con Dios, sin renunciar a uno mismo.
Nadie llega a la otra orilla sin pasar a través del puente.
Nadie llega a tener el alma brillante sin el diario pulido de Dios.
Nadie puede juzgar sin conocer primero su propia debilidad.
Nadie consigue su ideal sin haber pensado muchas veces que perseguía un imposible.
Nadie conoce la oportunidad hasta que ésta pasa por su lado y la deja ir.
Nadie llega hasta el pozo de Dios, sin caminar y sufrir la sed del desierto.

“Si tienes claro el objetivo, si todavía conservas algo de fuerza y de voluntad,
si mantienes los ojos puestos en Dios y crees, obedeces y perseveras con fe,
te aseguro, que no dejarás de alcanzar tus sueños.”



Reflexión: La sinceridad.

                     Decía Ghandi: “La verdad nunca daña una causa que es justa” La mentira es una forma de eludir la realidad y por tanto la responsabilidad que tenemos de afrontar la verdad de las cosas. Muchos trastornos personales, llevan asociada la mentira como de evitar alguna circunstancia.
            Para ser sinceros, debemos procurar siempre la verdad, esto que parece tan sencillo, a veces es lo que más trabajo cuesta. Utilizamos las “mentiras piadosas”  que en determinados momentos, las calificamos como de baja importancia, donde no pasa nada. Obviamente una mentira pequeña, llevará a otra más grande y así sucesivamente… hasta que nos sorprenden y corremos el riesgo de perder la credibilidad.
            Cuantas veces nos justificamos usando todo tipo de argumentos, entre ellos la maraña de frases hechas como: “Ve donde el corazón te lleve”, o “En medio está la virtud” o la más peligrosa de todas; “Sé tú mismo”  ¿Qué es eso de “sé tú mismo” Pues algo válido si lo que significa es: exprésate, defiende tu modo de vivir y no seas mentiroso contigo mismo. Pero no siempre es ése el sentido. Bajo esas frases se pueden esconder algunas argucias morales.
            Al inventar defectos en una persona ocultamos el enojo o la envidia que tenemos. Para ser sincero también se requiere “tacto”, esto no significa encubrir la verdad o ser vagos al decir las cosas. Cuando debemos decirle a una persona algo que particularmente pueda incomodarla, primeramente debemos ser conscientes que el propósito es “ayudar” o  lo que es lo mismo, no hacerlo por enojo o porque “nos cae mal”.
            En algunos momentos la sinceridad requiere valor, nunca se justificará el dejar de decir las cosas para no perder una amistad o el buen concepto que se tiene de nuestra persona.


Reflexión: Decir la verdad es como escribir bien: se aprende a fuerza de ejercicio.

Reflexión: La Carreta Vacía

“Un día”, dice un autor, “caminaba con mi padre, cuando él se detuvo en una curva; y, después de un pequeño silencio, me preguntó”:
– Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas algo más?
– El ruido de una carreta.
– Sí, es una carreta vacía.
– ¿Cómo sabes, papá, que es una carreta vacía, si no la vemos?
– Es muy fácil saber si una carreta esta vacía por el ruido. Cuanto más vacía va, mayor es el ruido que hace.



A lo largo de mi vida, pensando en la carreta vacía, he comprendido que hay muchos hombres que van por la vida hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de los otros, presumiendo de lo que tienen, menospreciando a la gente. Entonces, pienso en la carreta. Hay demasiada gente que está vacía por dentro y necesita hablar y estar en medio del ruido para acallar su conciencia, porque están vacíos. No tienen tiempo para pensar, ni para leer y no pueden soportar el silencio para reflexionar y hablar con Dios. Por eso, la humildad es la virtud que consiste en callar las propias virtudes y permitirles a los demás descubrirlas.


Reflexión: El maestro

Es importante darnos cuenta de lo poco que somos humanamente y de lo frágil que es la vida para que no seamos soberbios y podamos vivir humildemente agradecidos a Dios por cada momento de nuestra existencia, sin tratar de acumular tesoros en este mundo.
Un día un turista fue a visitar a un maestro espiritual y quedó estupefacto al ver que su casa sólo tenía una estancia llena de libros con una mesita y un banco, que eran sus únicos muebles. Y le preguntó:
– Maestro, ¿dónde tienes tus muebles?
– Y los tuyos, ¿dónde están?, replicó el maestro.
– ¿Los míos? Yo sólo estoy de paso.
– Yo también, respondió el maestro.

Por eso, no hay que pensar tanto en tener y tener cosas materiales. No hay que alardear de lo que somos o tenemos. Hay que vivir para la eternidad y ser humildes.


Reflexiones: El Honrado Leñador

Había una vez un pobre leñador que regresaba a su casa después de una jornada de duro trabajo. Al cruzar un puentecillo sobre el río, se le cayó el hacha al agua.

Entonces empezó a lamentarse tristemente: ¿Cómo me ganare el sustento ahora que no tengo hacha?

Al instante ¡oh, maravilla! Una bella ninfa aparecía sobre las aguas y dijo al leñador:

Espera, buen hombre: traeré tu hacha.

Se hundió en la corriente y poco después reaparecía con un hacha de oro entre las manos. El leñador dijo que aquella no era la suya. Por segunda vez se sumergió la ninfa, para reaparecer después con otra hacha de plata.

Tampoco es la mía dijo el afligido leñador.

Por tercera vez la ninfa busco bajo el agua. Al reaparecer llevaba un hacha de hierro.

¡Oh gracias, gracias! ¡Esa es la mía!


Pero, por tu honradez, yo te regalo las otras dos. Has preferido la pobreza a la mentira y te mereces un premio.

Reflexión: A mi hijo

Mis manos estaban ocupadas en el día;
No tuve bastante tiempo para jugar
Los pequeños juegos que me pediste…
No tuve bastante tiempo para ti.
Lavaba tu ropa, cosía y cocinaba;

Pero cuando me traías un libro de dibujos
Y me pedías que por favor compartiera tu disfrute,
Yo decía: Un poco más tarde, hijo.
En la noche te metía en la cama todo asegurado,

Oía tus oraciones, apagaba la luz,
Luego de puntillas caminaba con suavidad hasta la puerta…
Me hubiera gustado permanecer un minuto más.
La vida es corta, los años pasan de prisa…

Un niño pequeño crece muy rápido.
Ya no está a tu lado,
Sus preciosos secretos a confiar.
Los libros de dibujos guardados;
Ya no hay juegos que jugar.

No más besos de buenas noches, ni oraciones que escuchar
Todo eso es parte del ayer.

Mis manos, ocupadas una vez, ahora están quietas.
Los días son largos y difíciles de llenar,
Yo quisiera poder regresar y hacer,
Las pequeñas cosas que me pediste que hiciera.


Reflexiones: El Mejor Regalo de Carlitos

Carlitos estaba sentado mirando la pequeña montaña de regalos que estaban cerca de la chimenea. Su madre entró y le dijo: En que piensas Carlitos?
Carlitos dijo…estaba pensando en cuál de estos será el mejor regalo.
Carlitos- respondió su madre- el valor de los regalos no se mide ni por el tamaño, ni por el color, el precio o la simple envoltura, ni siquiera por la utilidad del mismo. El valor de un regalo se mide por el corazón.
Por el corazón, mami? Los regalos no tienen corazón.
Carlitos, los regalos si tienen corazón.
No mamí…mira-tomando un regalo lo puso en el oido y dijo- Mira mami, no se escuchan latidos.
Oh Carlitos. Los regalos si tienen corazón. Es el corazón de quién lo da, que se extiende hasta el regalo mismo. Cuando alguien te da un regalo, solo por compromiso o con motivaciones erradas, ese regalo llega a ti sin corazón. Pero, cuando alguién te da un regalo con todo su corazón, ese palpitar viene al regalo y ese es el verdadero valor del mismo.
Carlitos sonrió y dijo: Uhhh, entonces tengo que volver a hacer otro regalo, porque el regalo que tengo para Rosita, no tiene corazón.
La madre sonrió y le dijo: Mirá, nunca un ser humano ha recibido un regalo de más valor que el regalo que Dios nos dió. Nos dió a su único hijo y nos lo dió con todo su corazón, para que tú ahora tuvieras tu corazón vivo y vibrante.
De verdad? preguntó Carlitos.

Seguro hijo. Por eso tienes que amar ese regalo con todo tu corazón, porque ese regalo trae el corazón de Dios. Vive con ese regalo y para ese regalo.
Si mamí -dijo Carlitos- Lo haré y salió corriendo para jugar con Rosita.
Has visto a Jesús como el más grande regalo para tu vida?
Vives para él y por él?
Este es un buen día para entender el corazón de Dios y tener el mejor regalo.
Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. Isa 7:14
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El. Juan 3:16,17

                                                                                                                                                                                  

Reflexión: UN LUGAR EN EL BOSQUE

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Reflexión: UN LUGAR EN EL BOSQUE 
Esta historia nos cuenta de un famoso rabino jasídico: Baal Shem Tov. Baal Shem Tov era conocido dentro de su comunidad porque todos decían que él era un hombre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro que Dios escuchaba sus palabras cuando él hablaba. 
Se había hecho una tradición en este pueblo: Todos los que tenían un deseo insatisfecho o necesitaba algo que no habían podido conseguir iban a ver al rabino. 
Baal Shem Tov se reunía con ellos una vez por año, en un día especial que él elegía. Y los llevaba a todos juntos a un lugar único, que él conocía, en medio del bosque. Y una vez allí, cuenta la leyenda, que Baal Shem Tov armaba con ramas y hojas un fuego de una manera muy particular y muy hermosa, y entonaba después una oración en voz muy baja... como si fuera para él mismo. 
Y dicen...  que Dios le gustaban tanto esas palabras que Baal Shem Tov decía, se fascinaba tanto con el fuego armado de esa manera, quería tanto a esa reunión de gente en ese lugar del bosque...  que no podía resistir el pedido de Baal Shem Tov y concedía los deseos de todas las personas que ahí estaban. Cuando el rabino murió, la gente se dio cuenta de que nadie sabía las palabras que Baal Shem Tov decía cuando iban todos juntos a pedir algo... 
Pero conocían el lugar en el bosque. Sabían cómo armar el fuego. 
Una vez al año, siguiendo la tradición de Baal Shem Tov había instituido, todos los que tenían necesidades y deseos insatisfechos se reunían en ese mismo lugar en el bosque, prendían el fuego de la manera en que habían aprendido del viejo rabino, y como no conocían las palabras cantaban cualquier canción o recitaban un salmo, o sólo se miraban y hablaban de cualquier cosa en ese mismo lugar alrededor del fuego. 
Y dicen...  que Dios gustaba tanto del fuego encendido, gustaba tanto de ese lugar en el bosque y de esa gente reunida...  que aunque nadie decía las palabras adecuadas, igual concedía los deseos a todos los que ahí estaban.  El tiempo ha pasado y de generación en generación la sabiduría se ha ido perdiendo... 

Y aquí estamos nosotros. Nosotros no sabemos cuál es el lugar en el bosque. No sabemos cuáles son las palabras. Ni siquiera sabemos cómo encender el fuego a la manera que Baal Shem Tov lo hacía... 

Sin embargo hay algo que sí sabemos: Sabemos esta historia, Sabemos este cuento... Y dicen...  que Dios adora tanto este cuento... que le gusta tanto esta historia... que basta que alguien la cuente... y que alguien la escuche... para que Él, complacido, satisfaga cualquier necesidad y conceda cualquier deseo a todos los que están compartiendo este momento... Amén... (Así sea...) EL MAESTRO SUFI El Maestro sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma...    -         Maestro – lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado...  -         Pido perdón por eso. – Se disculpó el maestro – Permitirme que en señal de reparación te convide con un rico durazno.  -         Gracias maestro.- respondió halagado el discípulo  -         Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?  -         Sí. Muchas gracias – dijo el discípulo.  -         ¿ Te gustaría que, ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?...  -         Me encantaría... Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro...  -         No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte...  -         Permíteme que te lo mastique antes de dártelo...  -         No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! Se quejó, sorprendido el discípulo.     El maestro hizo una pausa y dijo:  -         Si yo les explicara el sentido de cada cuento... sería como darles a comer una fruta masticada. 

Reflexión: LA ALEGORÍA DEL CARRUAJE

Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice: -Salí a la calle que hay un regalo para vos.  Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo, justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy "chic". Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo... todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.  Entonces miro por la ventana y veo "el paisaje": de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino... y digo: "¡Qué bárbaro este regalo! "¡Qué bien, qué lindo...!" Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación.  Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.  Me pregunto: "¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?" Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.  De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome: -¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?  Yo pongo cara de qué-le-falta mientras miro las alfombras y los tapizados.  -Le faltan los caballos - me dice antes de que llegue a preguntarle.  Por eso veo siempre lo mismo -pienso-, por eso me parece aburrido.  -Cierto - digo yo.  Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra vez y desde adentro les grito:  -¡¡Eaaaaa!!  El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende. Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales.  Son los caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos.  Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de nada; los caballos me arrastran a donde ellos quieren. Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso.  Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.  En ese momento veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. Lo insulto: -¡Qué me hizo!  Me grita:-¡Te falta el cochero!  -¡Ah! - digo yo.  Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar un cochero. A los pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento. 

Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron. Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero a dónde ir.  Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.  Yo... Yo disfruto el viaje.  "Hemos nacido, salido de nuestra casa y nos hemos encontrado con un regalo: nuestro cuerpo.  A poco de nacer nuestro cuerpo registró un deseo, una necesidad, un requerimiento instintivo, y se movió. Este carruaje no serviría para nada si no tuviera caballos; ellos son los deseos, las necesidades, las pulsaciones y los afectos. 

Todo va bien durante un tiempo, pero en algún momento empezamos a darnos cuenta que estos deseos nos llegaban por caminos un poco arriesgados y a veces peligrosos, y entonces tenemos necesidad de sofrenarlos. Aquí es donde aparece la figura del cochero: nuestra cabeza, nuestro intelecto, nuestra capacidad de pensar racionalmente.  El cochero sirve para evaluar el camino, la ruta. Pero quienes realmente tiran del carruaje son tus caballos.  No permitas que el cochero los descuide. Tienen que ser alimentados y protegidos, porque... ¿qué harías sin los caballos? ¿Qué sería de vos si fueras solamente cuerpo y cerebro? Si no tuvieras ningún deseo, ¿cómo sería la vida? Sería como la de esa gente que va por el mundo sin contacto con sus emociones, dejando que solamente su cerebro empuje el carruaje. Obviamente tampoco podes descuidar el carruaje, porque tiene que durar todo el proyecto. Y esto implicará reparar, cuidar, afinar lo que sea necesario para su mantenimiento. Si nadie lo cuida, el carruaje se rompe, y si se rompe se acabó el viaje..."  



R eflexión: EL TEMIDO ENEMIGO

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R eflexión: EL TEMIDO ENEMIGO 

La idea de este cuento llegó a mí escuchando un relato de Enrique Mariscal. Me permití, partir de allí prolongar el cuento transformarlo en otra historia con otro mensaje y  otro sentido. Así como está ahora se lo regalé una tarde a mí amigo Norbi.    Había una vez, en un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba sentirse poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, él, necesitaba además, que todos lo admiraran por ser poderoso, así como la madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con verse bella, también él necesitaba mirarse en un espejo que le dijera lo poderoso que era.  Él no tenía espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos y sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si él, era el más poderoso del reino.  Invariablemente todos le decían lo mismo:  -Alteza, eres muy poderoso, pero tú sabes que el mago tiene un poder que nadie posee: Él, él conoce el futuro.  (En aquel tiempo, alquimistas, filósofos, pensadores, religiosos y místicos eran llamados, genéricamente “magos”).  El rey estaba muy celoso del mago del reino pues aquel no sólo tenía fama de ser un hombre muy bueno y generoso, sino que además, el pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba que él existiera y viviera allí.  No decían lo mismo del rey.  Quizás porque necesitaba demostrar que era él quien mandaba, el rey no era justo, ni ecuánime, y mucho menos bondadoso.  Un día, cansado de que la gente le contara lo poderoso y querido que era el mago o motivado por esa mezcla de celos y temores que genera la envidia, el rey urdió un plan: Organizaría una gran fiesta a la cual invitaría al mago y después la cena, pediría la atención de todos. Llamaría al mago al centro del salón y delante de los cortesanos, le preguntaría si era cierto que sabía leer el futuro. El invitado, tendría dos posibilidades: decir que no, defraudando así la admiración de los demás, o decir que sí, confirmando el motivo de su fama. El rey estaba seguro de que escogería la segunda posibilidad. Entonces, le pediría que le dijera la fecha en la que el mago del reino iba a morir. Éste daría una respuesta, un día cualquiera, no importaba cuál. En ese mismo momento, planeaba el rey, sacar su espada y matarlo. Conseguiría con esto dos cosas de un solo golpe: la primera, deshacerse de su enemigo para siempre; la segunda, demostrar que el mago no había podido adelantarse al futuro, y que se había equivocado en su predicción. Se acabaría, en una sola noche. El mago y el mito de sus poderes...  Los preparativos se iniciaron enseguida, y muy pronto el día del festejo llegó...  ...Después de la gran cena. El rey hizo pasar al mago al centro y ante le silencio de todos le preguntó: - ¿Es cierto que puedes leer el futuro?  - Un poco – dijo el mago. 

- ¿Y puedes leer tu propio futuro, preguntó el rey?  - Un poco – dijo el mago.  - Entonces quiero que me des una prueba -  dijo el rey -  ¿Qué día morirás?. ¿Cuál es la fecha de tu muerte?  El mago se sonrió, lo miró a los ojos y no contestó.  - ¿Qué pasa mago? -  dijo el rey sonriente -¿No lo sabes?...  ¿no es cierto que puedes ver el futuro?  - No es eso -  dijo el mago  -  pero lo que sé, no me animo a decírtelo.  - ¿Cómo que no te animas?-  dijo el rey-... Yo soy tu soberano y te ordeno que me lo digas. Debes darte cuenta de que es muy importante para el reino, saber cuando perdemos a sus personajes más eminentes... Contéstame pues, ¿cuándo morirá el mago del reino?  Luego de un tenso silencio, el mago lo miró y dijo:  - No puedo precisarte la fecha, pero sé que el mago morirá exactamente un día antes que el rey...  Durante unos instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió por entre los invitados.  El rey siempre había dicho que no creía en los magos ni en las adivinaciones, pero lo cierto es que no se animó a matar al mago.  Lentamente el soberano bajó los brazos y se quedó en silencio...  Los pensamientos se agolpaban en su cabeza.  Se dio cuenta de que se había equivocado.  Su odio había sido el peor consejero.  - Alteza, te has puesto pálido. ¿Qué te sucede? – preguntó el invitado.  - Me siento mal  - contestó el monarca – voy a ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido.  Y con un gesto confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones...  El mago era astuto, había dado la única respuesta que evitaría su muerte.  ¿Habría leído su mente?  La predicción no podía ser cierta. Pero... ¿Y si lo fuera?...  Estaba aturdido  Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo al mago camino a su casa.  El rey volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:  - Mago, eres famoso en el reino por tu sabiduría, te ruego que pases esta noche en el palacio pues debo consultarte por la mañana sobre algunas decisiones reales.  - ¡ Majestad!. Será un gran honor... – dijo el invitado con una reverencia.  El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio y para que custodiasen  su puerta asegurándose de que nada pasara...  Esa noche el soberano no pudo conciliar el sueño. Estuvo muy inquieto pensando qué pasaría si el mago le hubiera caído mal la comida, o si se hubiera hecho daño accidentalmente durante la noche, o si, simplemente, le hubiera llegado su hora.  Bien temprano en la mañana el rey golpeó en las habitaciones de su invitado. 
Él nunca en su vida había pensado en consultar ninguna de sus decisiones, pero esta vez, en cuánto el mago lo recibió, hizo la pregunta... necesitaba una excusa.  Y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y justa.  El rey, casi sin escuchar la respuesta alabó a su huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más, supuestamente, para “consultarle” otro asunto... (obviamente, el rey sólo quería asegurarse de que nada le pasara).  El mago – que gozaba de la libertad que sólo conquistan los iluminados – aceptó...  Desde entonces todos los días, por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones del mago para consultarlo y lo comprometía para una nueva consulta al día siguiente.  No pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera cuenta de que los consejos de su nuevo asesor eran siempre acertados y terminara, casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una de las decisiones.  Pasaron los meses y luego los años.  Y como siempre... estar cerca del que sabe vuelve el que no sabe, más sabio.  Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo más y más justo.  Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar sentirse poderoso, y seguramente por ello dejó de necesitar demostrar su poder.  Empezó a aprender que la humildad también podía ser ventajosa empezó a reinar de una manera más sabia y bondadosa.  Y sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como nunca lo había querido antes.  El rey ya no iba a ver al mago investigando por su salud, iba realmente para aprender, para compartir una decisión o simplemente para charlar, porque el rey y el mago habían llegado a ser excelentes amigos.  Un día, a más de cuatro años de aquella cena, y sin motivo, el rey recordó.  Recordó aquel plan aquel plan que alguna vez urdió para matar a este su entonces más odiado enemigo  Y sé dio cuenta que no podía seguir manteniendo este secreto sin sentirse un hipócrita.  El rey tomó coraje y fue hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y apenas entró le dijo:  - Hermano, tengo algo que contarte que me oprime el pecho  - Dime – dijo el mago – y alivia tu corazón.  - Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería en realidad saber sobre tu futuro, planeaba matarte y frente a cualquier cosa que me dijeras, porque quería que tu muerte inesperada desmitificara para siempre tu fama de adivino. Te odiaba porque todos te amaban... Estoy tan avergonzado...  - Aquella noche no me animé a matarte y ahora que somos amigos, y más que amigos, hermanos, me aterra pensar lo que hubiera perdido si lo hubiese hecho.  Hoy he sentido que no puedo seguir ocultándote mi infamia. 

Necesité decirte todo esto para que tú me perdones o me desprecies, pero sin ocultamientos.  El mago lo miró y le dijo:   - Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo. Pero de todas maneras, me alegra, me alegra que lo hayas hecho, porque esto es lo único que me permitirá decirte que ya lo sabía.  Cuando me hiciste la pregunta y bajaste tu mano sobre el puño de tu espada, fue tan clara tu intención, que no hacía falta adivino para darse cuenta de lo que pensabas hacer, - el mago sonrió y puso su mano en el hombro del rey. – Como justo pago a tu sinceridad, debo decirte que yo también te mentí... Te confieso hoy  que inventé esa absurda historia de mi muerte antes de la tuya para darte una lección. Una lección que recién hoy estás en condiciones de aprender,  quizás la más importante cosa que yo te haya enseñado nunca.  Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles... y sin embargo, si nos damos tiempo, terminaremos dándonos cuenta de lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos.  Tu muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es importante que sepas que yo estoy viejo, y que mi día seguramente se acerca. No hay ninguna razón para pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han ligado, no nuestras muertes.  El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que cada uno sentí en esta relación que habían sabido construir juntos...  Cuenta la leyenda... que misteriosamente...  esa misma noche... el mago... murió durante el sueño.  El rey se enteró de la mala noticia a la mañana siguiente... y se sintió desolado.  No estaba angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido del mago a desapegarse hasta de su permanencia en el mundo.  Estaba triste, simplemente por la muerte de su amigo.  ¿Qué coincidencia extraña había hecho que el rey pudiera contarle esto al mago justo la noche anterior a su muerte?.  Tal vez, tal vez de alguna manera desconocida el mago había hecho que él pudiera decirle esto para quitarle su fantasía de morirse un día después.  Un último acto de amor para librarlo de sus temores de otros tiempos...  Cuentan que el rey se levantó y que con sus propias manos cavó en el jardín, bajo su ventana, una tumba para su amigo, el mago.  Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del montículo de tierra, llorando como se llora ante la pérdida de los seres queridos.  Y recién entrada la noche, el rey volvió a su habitación.  Cuenta la leyenda... que esa misma noche... veinticuatro horas después de la muerte del mago, el rey  murió en su lecho mientras dormía... quizás de casualidad... quizás de dolor... quizás para confirmar la última enseñanza del maestro. 







Reflexión: ANIMARSE A VOLAR

Cuando se hizo grande, su padre le dijo: -Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, opino que sería penoso que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.  -Pero yo no sé volar – contestó el hijo.  -Ven – dijo el padre.  Lo tomó de la mano y caminando lo llevó al borde del abismo en la montaña.  -Ves hijo,  este es el vacío. Cuando quieras podrás volar. Sólo debes pararte aquí, respirar profundo, y saltar al abismo. Una vez en el aire extenderás las alas y volarás...  El hijo dudó.  -¿Y si me caigo?  -Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que harán más fuerte para el siguiente intento –contestó el padre.  El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había caminado toda su vida.  Los más pequeños de mente dijeron:  -¿Estás loco?  -¿Para qué?  -Tu padre está delirando...  -¿Qué vas a buscar volando?  -¿Por qué no te dejas de pavadas?  -Y además, ¿quién necesita?  Los más lúcidos también sentían miedo:  -¿Será cierto?  -¿No será peligroso?  -¿Por qué no empiezas despacio?  -En todo casa, prueba tirarte desde una escalera.  -...O desde la copa de un árbol, pero... ¿desde la cima?  El joven escuchó el consejo de quienes lo querían.  Subió a la copa de un árbol y con coraje saltó...  Desplegó sus alas.  Las agitó en el aire con todas sus fuerzas... pero igual... se precipitó a tierra...  Con un gran chichón en la frente se cruzó con su padre:  -¡Me mentiste! No puedo volar. Probé, y ¡mira el golpe que me di!. No soy como tú. Misalas son de adorno... – lloriqueó.  -Hijo mío – dijo el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen.  Es como tirarse en un paracaídas... necesitas cierta altura antes de saltar. 

Para aprender a volar siempre hay que empezar corriendo un riesgo.  Si uno quiere correr riesgos, lo mejor será resignarse y seguir caminando como siempre.  



Reflexión: ¿COMO CRECER?


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Reflexión: ¿COMO CRECER?  
Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo. El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino. Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa. La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. Entonces encontró una planta, una Fresa, floreciendo y más fresca que nunca. El rey preguntó: ¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío? No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresas. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije:
 "Intentaré ser Fresa de la mejor manera que pueda". 


Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mírate a ti mismo. No hay posibilidad de que seas otra persona. Podes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por vos, o podes marchitarte en tu propia condena... 






Reflexión: La FE de Pedro

Jesús fue hacia ellos caminando sobre el mar. Era de noche y el viento soplaba con tal fuerza que zarandeaba la barca donde estaban los discípulos. Cuando lo vieron creyeron que era un fantasma y hasta llegaron a gritar aterrorizados… Pero les dice para tranquilizarlos: “¡Animo!, soy yo; no temáis”. Mas pareció no bastar; sirvió de poco, dudaron. “Si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas” –le dijo Pedro– Y el maestro le respondió: “Ven”. Y fue Pedro. Como no amainaba la violencia del viento le entró miedo y comenzó a hundirse… “¡Señor, sálvame!”. Jesús lo agarró y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. “Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mt 14, 24-33).

Los creyentes tenemos el riesgo de ser como ese Pedro que pone a prueba la fe y que la instrumentaliza. Dios se nos ha revelado, nos ha dicho “Soy Yo”, y aún así hurgamos más pruebas sumidos en el prurito del saber más so pretexto de comprender mejor a Dios: le “probamos”. Parece no bastarnos su propio testimonio; parece que hemos perdido el más elemental sentido de confianza o que ya no somos capaces de reconocer su singular timbre de voz, ese que suena sonoro y con nítida claridad en lo profundo del alma, ese que escuchamos un día cuando reconocimos con el pasar de los años la fe que nos había sido dada. Y lo más triste y dramático de una situación así es que esa búsqueda desconfiada, que esa sordera voluntaria, pueda venir precisamente de quienes reconocemos –como de hecho es– a Cristo como Dios: de sus discípulos.

Y está también el otro error en el que podemos sumirnos: identificar la fe como un medio, como un recurso para nuestra felicidad, satisfacción o comodidad: que la hayamos instrumentalizado. Se escucha decir: “la fe ayuda a que cueste menos la muerte de los hijos, del esposo (a), de los seres queridos, etc.”; y es verdad que ayuda, pero la fe no es primariamente amortiguadora de dolores ni dispensadora de cuidados intensivos en momentos de puntual dificultad de nuestra existencia. No creemos para sufrir menos ni para tener una vida más llevadera. Es más, la fe no es nuestra conquista ni nuestra adquisición; no creemos porque hemos conquistado la fe como podríamos alcanzar la cumbre de una montaña; creemos porque la fe nos ha conquistado, porque Dios nos ha conquistado. De ahí que la fe signifique adherirse a Dios confiando en Él plenamente y asintiendo a lo que nos ha revelado.

Pedro pone a prueba su fe cuando no le bastan las palabras de Jesús –“¡Animo!, soy yo; no temáis”– y duda: “Si eres tú…”. Pedro instrumentaliza la fe cuando condiciona al maestro a hacerlo ir hacia Él sobre las aguas. ¿No es este Pedro el que había visto la multiplicación de los panes y de los peces? ¿No es este Pedro el que había bebido del agua hecha vino delicioso? ¿No es este Pedro aquel que confesó de Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”? ¿No hay muchas similitudes en la vivencia de la fe de Pedro y en el modo como la vivimos o podemos llegar a vivir muchos de nosotros? Cuántas veces tentamos a Dios: “Si eres Dios –podemos llegar a decirle– que sane mi madre…”, “Si eres Dios que encuentre trabajo”. Pero no sólo. Incluso ponemos fecha límite para la sanación y nombre y salario al puesto que buscamos. Y apenas una adversidad, apenas un obstáculo, una dificultad, una ventisca, nos desanimamos… porque nos falta fe. “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. Si de verdad creyésemos; si tuviéramos fe como un granito de mostaza moveríamos las montañas… Bajo estas perspectivas, ¿no es justo reflexionar y meditar cómo es o cómo está actualmente nuestra fe?

Pedro había recibido la fe en Jesús y había visto los milagros de Jesús. Pero quizá se conformó, en esa etapa de su vida, con vivir con la fe sin cultivarla. ¿Y es que la fe también se cultiva? Ciertamente. Dios es el jardinero que la pone como semilla en el jardín de la existencia de cada uno de los hombres que la aceptamos con humildad. Él siembra pero depende de nosotros, de los jardineros, regarla, cuidarla, hacerla crecer fuerte, sana, recta y vigorosa. Y es un don tal alto la fe. Ninguna otra criatura en la tierra es capaz de creer, de tener fe, sino el hombre que la abraza en un acto libre y personal.

¡Qué distinta, qué plena es la vida con una fe que de verdad la anima! No permanece en uno mismo: se irradia, se transmite cumpliendo así, además, su dimensión evangelizadora. ¡Cuántas conversiones obradas por el testimonio de personas que vivían su fe. Con fe los éxitos y los fracasos son vistos de otra manera porque se es consciente de que Dios está con nosotros y si Él está con nosotros quién estará contra nosotros. Sí, la fe nos viene dada por Dios como don gratuito y condición necesaria para salvarnos. No nos viene impuesta ni es un acto irracional: la fe es un acto de la inteligencia del hombre quien bajo el impulso de la voluntad movida por Dios asiente libremente a la verdad divina, a la verdad cierta que se fundamenta sobre la palabra de Dios, actúa por medio de la caridad, está en continuo crecimiento y hace pregustar del gozo del cielo.

La fe no es un escudo para vencer el miedo; es la amorosa conciencia y confiada certeza de la existencia del Dios al que no vemos. ¡Cuántas veces Dios ha salido al encuentro, a ayudarnos a vencer nuestros miedos muy a pesar de las tempestades que por todas partes nos asechan! ¡Cuántas veces nos ha hecho ir hacia Él no por voluntad nuestra sino por generosa invitación suya! ¡Cuántas veces nos ha dicho “Soy Yo” y ha saciado nuestras dudas y colmado nuestros deseos! ¡Quién sino Él es capaz de hacer sucumbir nuestros interrogantes, salvarnos y proveernos! Sólo hace falta reconocerle; y para ello hace falta cultivar la fe.

Cultivar la fe es estar atento a la escucha de lo que Dios quiere; frecuentar los sacramentos, ser Iglesia. Y es que si bien la fe es un acto personal no significa que sea vivencia particular aislada. La fe tiene sentido vivida en comunidad, en la Iglesia. Sólo en la Iglesia podemos asegurar su ortodoxia y decir al unísono “verdaderamente eres Hijo de Dios” como dijeron los apóstoles tras amainar el viento y apaciguarse el mar.


Siempre habrá alguien con el pelo más largo o con más hijos o sin ellos, con más años o con menos, con más títulos… vaya, la comparación es con lo que sea que satisfaga al hueco de “no sentirse suficientes” y tratar de llenarlo exigiéndose tener lo que otros y otras tienen.

Una sana autoestima es ser quien se es, es conocerse y aceptarse, y a partir de esto, vivir en paz con una misma y con los demás. Es saber reconocer  los logros que cada una ha tenido, desde aprender a tomar sopa sin que ésta se derrame de la cuchara, aprender a caminar, a leer; hasta terminar una carrera, conseguir un trabajo o dar a luz, por mencionar algunos.

Una sana autoestima es equivocarse y detenerse un rato a reflexionar en dónde o en qué estuvo el error, para aprender de la experiencia. Una sana autoestima es meterse dentro y conocer el monstruo que habita… esa parte que no gusta de sí misma, como tener celos, o envidia, corajes, miedos… Es “verle la cara al monstruo” y aprender a dialogar con él. Los monstruos se resumen a uno solo: El monstruo vive y es uno mismo y hay que verle la cara y aprender de él para que se vuelva un aliado en el crecimiento de toda mujer.
Es asumir que todo es perfecto y que de todas las experiencias hay que aprender, no para ser “mejores”, sino para concientizarse cada vez más del gran hecho de estar vivas, porque una sana autoestima radica en saberse vida, saberse “La Vida”. Y así como en la vida, existen los opuestos, de la misma manera se puede tener o no pareja, tener o no dinero, estar alegre o estar triste, ser noche y al siguiente momento ser día. Saberse valiosa porque se es vida y por consecuencia, aprender a ser feliz.

Tú ¿cómo andas en esto? ¿Cómo está tu autoestima? ¿Qué tanto crees que dependes de otros para sentirte bien contigo misma? Te recomendamos hacer el siguiente ejercicio para empezar a curarte si es que tienes una autoestima lastimada:

Date un tiempo y espacio en el que puedas estar contigo misma y te sientas. Con los ojos cerrados haz unas cuatro o cinco respiraciones profundas y lentas, y comienza a dialogar contigo como lo harías con alguien que necesita ser escuchada. Eres tú misma entrando en contacto con tu sentir.  Escúchate. Después de un rato, aquieta tu mente, sólo siente y empieza por darte las gracias de las experiencias que a tu mente hayan llegado, agradables o desagradables, no importa. Ambas son expresión de tu estar en el mundo.
Luego, busca en tu memoria cualquier momento de satisfacción que hayas tenido en tu vida, lo que sea que para ti haya sido de logro y céntrate en esa sensación. Llénate de esa sensación y siéntete llena de la vida que hace correr la sangre por tus venas y que con cada respiración se confirma a sí misma y repítete “Soy Vida”. Después de esto, quédate el tiempo que quieras disfrutando de esta sensación. Cuando termines sabe que todo está bien y que tú estás bien y regresa a tus actividades llena de ti, llena de paz..,
 
 
 

Reflexión: La Autoestima

¿Cómo se le puede hacer para ser feliz? ¿Cuántas veces te has preguntado esto sin darte realmente una respuesta que te convenza? “Cuando tenga mucho dinero” dirás. Cuando enflaque, cuando acabe la carrera, cuando tenga una maestría, cuando me case, cuando me divorcie, cuando tenga hijos, cuando mi mamá me deje de molestar, cuando mi papá me felicite, cuando sepa más, cuando pueda controlar a mi pareja, cuando me aumenten el sueldo, cuando los demás me reconozcan, cuando me compre tal coche, cuando viva en casa propia, cuando, cuando…

 “El peor de los males que puede tener el hombre es que llegue a pensar mal de sí mismo”
Goethe
¿Qué es la autoestima? La autoestima es un sentimiento acerca de una misma con una misma. Es algo que se vive de manera íntima, dentro de cada mujer… muy dentro, y en silencio. Es lo que se piensa y se siente de una misma.
Refleja, como lo dice Nathaniel Branden, “el juicio implícito que cada uno hace acerca de su habilidad para enfrentar los desafíos de su vida (para comprender y superar sus problemas) y acerca de su derecho a ser feliz (respetar y defender sus intereses y necesidades)”.

Se puede tener una autoestima alta o baja. El tener una autoestima alta es saberse y sentirse bien con una misma, con la capacidad suficiente de enfrentar la vida como sea que ésta se presente y con una sensación de ser valiosa, por el sólo hecho de ser. Tiene que ver con sentirse capaz de lograr lo que una quiere en la vida, y por ende, tiene que ver con saberse merecedora de la felicidad.

Por el contrario, tener una autoestima baja, es sentirse con miedo, incapaz, insegura, con una sensación de “no hacerla en la vida” como si “faltara algo” en la persona, no se sabe qué… pero algo. Se vive como una perenne sensación de que lo que una es, no acaba de ser suficiente. No es común que estos sentimientos se reconozcan como una “baja autoestima”, más bien, la persona se cree inepta ante la vida, en cualquier situación y le cuesta mucho trabajo salir de esta percepción de sí misma. Las opiniones negativas de los otros, se toman como verdades absolutas y la persona refuerza su desvalorización sintiéndose peor consigo misma. Y como esto no se distingue como baja autoestima, la sensación de ineptitud se vuelve en sí misma un castigo eterno que pareciera ser difícil de trascender.

Desde la infancia, los adultos (papás, maestros, sacerdotes) tienen el poder de alimentar o no la confianza en sí misma/o de la niña o del niño, de fomentar o no el auto-respeto y de hacerle saber que es valiosa/o. Ya sea por la manera en que son motivados, apoyados, aceptados y amados. Esto es muy importante, mas no determinante, porque desde pequeños, los seres humanos, mujeres y hombres tenemos la capacidad de elegir lo que nos agrada, lo que nos place. Tenemos la libertad de sentirnos con nosotros mismos como decidamos. De hecho hay personas que fueron amadas y lo siguen siendo, por su familia, amigos, parejas, y sin embargo viven con el constante hueco de “algo” que falta… Pueden tener familia, hogares cálidos; y de todas maneras, sentirse solas. Pueden tener mucho éxito laboralmente y sentirse inútiles… Pueden tener un porte de mucha seguridad y por dentro estar muertas de miedo; y todas estas mujeres en secreto llorar ese “algo que siempre falta…” Tener una baja autoestima es nadar en un mar de sufrimiento sin saber realmente qué es esta agua que ahoga en seco.

En la edad adulta, es una experiencia solitaria. No depende de otros ni de situaciones. Así como el reconocimiento de otros ya no genera una alta estima, tampoco el tener mucho dinero, o tener trofeos de conquistas sexuales, o un buen marido, o llenar de silicones el cuerpo, o un buen coche, o un nuevo amante, o el diploma a la mejor mamá, o ser la más sacrificada y la más linda, o, o, o…

Tampoco es “ser más que otras u otros”, ni físicamente, ni económicamente, ni espiritualmente. Hay quienes van por la vida comparándose con amigas, compañeros de vida y hasta con ¡modelos de revistas! Se miden con respecto a todos los demás. Y ¡claro!