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R eflexión: EL TEMIDO ENEMIGO
R eflexión: EL TEMIDO ENEMIGO
- ¿Y puedes leer tu propio futuro, preguntó el rey? - Un poco – dijo el mago. - Entonces quiero que me des una prueba
- dijo el rey - ¿Qué día morirás?. ¿Cuál es la fecha de tu
muerte? El mago se sonrió, lo miró a los
ojos y no contestó. - ¿Qué pasa mago?
- dijo el rey sonriente -¿No lo sabes?... ¿no es cierto que puedes ver el futuro? - No es eso -
dijo el mago - pero lo que sé, no me animo a decírtelo. - ¿Cómo que no te animas?- dijo el rey-... Yo soy tu soberano y te
ordeno que me lo digas. Debes darte cuenta de que es muy importante para el
reino, saber cuando perdemos a sus personajes más eminentes... Contéstame pues,
¿cuándo morirá el mago del reino? Luego
de un tenso silencio, el mago lo miró y dijo:
- No puedo precisarte la fecha, pero sé que el mago morirá exactamente
un día antes que el rey... Durante unos
instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió por entre los
invitados. El rey siempre había dicho
que no creía en los magos ni en las adivinaciones, pero lo cierto es que no se
animó a matar al mago. Lentamente el
soberano bajó los brazos y se quedó en silencio... Los pensamientos se agolpaban en su
cabeza. Se dio cuenta de que se había
equivocado. Su odio había sido el peor
consejero. - Alteza, te has puesto pálido.
¿Qué te sucede? – preguntó el invitado.
- Me siento mal - contestó el
monarca – voy a ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido. Y con un gesto confuso giró en silencio
encaminándose a sus habitaciones... El
mago era astuto, había dado la única respuesta que evitaría su muerte. ¿Habría leído su mente? La predicción no podía ser cierta. Pero... ¿Y
si lo fuera?... Estaba aturdido Se le ocurrió que sería trágico que le pasara
algo al mago camino a su casa. El rey
volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:
- Mago, eres famoso en el reino por tu sabiduría, te ruego que pases
esta noche en el palacio pues debo consultarte por la mañana sobre algunas
decisiones reales. - ¡ Majestad!. Será
un gran honor... – dijo el invitado con una reverencia. El rey dio órdenes a sus guardias personales
para que acompañaran al mago hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio
y para que custodiasen su puerta
asegurándose de que nada pasara... Esa
noche el soberano no pudo conciliar el sueño. Estuvo muy inquieto pensando qué
pasaría si el mago le hubiera caído mal la comida, o si se hubiera hecho daño
accidentalmente durante la noche, o si, simplemente, le hubiera llegado su
hora. Bien temprano en la mañana el rey
golpeó en las habitaciones de su invitado.
Él nunca en su vida había pensado en consultar ninguna de
sus decisiones, pero esta vez, en cuánto el mago lo recibió, hizo la
pregunta... necesitaba una excusa. Y el
mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y justa. El rey, casi sin escuchar la respuesta alabó
a su huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más, supuestamente,
para “consultarle” otro asunto... (obviamente, el rey sólo quería asegurarse de
que nada le pasara). El mago – que
gozaba de la libertad que sólo conquistan los iluminados – aceptó... Desde entonces todos los días, por la mañana
o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones del mago para consultarlo y
lo comprometía para una nueva consulta al día siguiente. No pasó mucho tiempo antes de que el rey se
diera cuenta de que los consejos de su nuevo asesor eran siempre acertados y
terminara, casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una de las
decisiones. Pasaron los meses y luego
los años. Y como siempre... estar cerca
del que sabe vuelve el que no sabe, más sabio.
Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo más y más justo. Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de
necesitar sentirse poderoso, y seguramente por ello dejó de necesitar demostrar
su poder. Empezó a aprender que la
humildad también podía ser ventajosa empezó a reinar de una manera más sabia y
bondadosa. Y sucedió que su pueblo
empezó a quererlo, como nunca lo había querido antes. El rey ya no iba a ver al mago investigando
por su salud, iba realmente para aprender, para compartir una decisión o
simplemente para charlar, porque el rey y el mago habían llegado a ser excelentes
amigos. Un día, a más de cuatro años de
aquella cena, y sin motivo, el rey recordó.
Recordó aquel plan aquel plan que alguna vez urdió para matar a este su
entonces más odiado enemigo Y sé dio
cuenta que no podía seguir manteniendo este secreto sin sentirse un
hipócrita. El rey tomó coraje y fue
hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y apenas entró le dijo: - Hermano, tengo algo que contarte que me
oprime el pecho - Dime – dijo el mago –
y alivia tu corazón. - Aquella noche,
cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería en
realidad saber sobre tu futuro, planeaba matarte y frente a cualquier cosa que
me dijeras, porque quería que tu muerte inesperada desmitificara para siempre
tu fama de adivino. Te odiaba porque todos te amaban... Estoy tan
avergonzado... - Aquella noche no me
animé a matarte y ahora que somos amigos, y más que amigos, hermanos, me aterra
pensar lo que hubiera perdido si lo hubiese hecho. Hoy he sentido que no puedo seguir
ocultándote mi infamia.
Necesité decirte todo esto para que tú me perdones o me
desprecies, pero sin ocultamientos. El
mago lo miró y le dijo: - Has tardado
mucho tiempo en poder decírmelo. Pero de todas maneras, me alegra, me alegra
que lo hayas hecho, porque esto es lo único que me permitirá decirte que ya lo
sabía. Cuando me hiciste la pregunta y
bajaste tu mano sobre el puño de tu espada, fue tan clara tu intención, que no
hacía falta adivino para darse cuenta de lo que pensabas hacer, - el mago
sonrió y puso su mano en el hombro del rey. – Como justo pago a tu sinceridad,
debo decirte que yo también te mentí... Te confieso hoy que inventé esa absurda historia de mi muerte
antes de la tuya para darte una lección. Una lección que recién hoy estás en
condiciones de aprender, quizás la más
importante cosa que yo te haya enseñado nunca.
Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de
nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles... y sin
embargo, si nos damos tiempo, terminaremos dándonos cuenta de lo mucho que nos
costaría vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos. Tu muerte, querido amigo, llegará justo,
justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es importante que sepas que yo
estoy viejo, y que mi día seguramente se acerca. No hay ninguna razón para
pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se
han ligado, no nuestras muertes. El rey
y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que cada uno
sentí en esta relación que habían sabido construir juntos... Cuenta la leyenda... que
misteriosamente... esa misma noche... el
mago... murió durante el sueño. El rey
se enteró de la mala noticia a la mañana siguiente... y se sintió
desolado. No estaba angustiado por la
idea de su propia muerte, había aprendido del mago a desapegarse hasta de su
permanencia en el mundo. Estaba triste,
simplemente por la muerte de su amigo.
¿Qué coincidencia extraña había hecho que el rey pudiera contarle esto
al mago justo la noche anterior a su muerte?.
Tal vez, tal vez de alguna manera desconocida el mago había hecho que él
pudiera decirle esto para quitarle su fantasía de morirse un día después. Un último acto de amor para librarlo de sus
temores de otros tiempos... Cuentan que
el rey se levantó y que con sus propias manos cavó en el jardín, bajo su
ventana, una tumba para su amigo, el mago.
Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del montículo
de tierra, llorando como se llora ante la pérdida de los seres queridos. Y recién entrada la noche, el rey volvió a su
habitación. Cuenta la leyenda... que esa
misma noche... veinticuatro horas después de la muerte del mago, el rey murió en su lecho mientras dormía... quizás
de casualidad... quizás de dolor... quizás para confirmar la última enseñanza
del maestro.
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